lunes, 19 de septiembre de 2011

Ecosistema cinefilo: Finales que te joden la vida.

Ves la película en cuestión, llamemosla X.

Y mira, puede estar mejor o peor, pero por lo normal X suele engañarte. Parece una película sin más, en algunos momentos tirando a mediocre para despistar, pero el primer sintoma de que estas en peligro grave de traumatizarte suele ser que la banda sonora suele ser muy potente o inspiradora.

Aqui, astuto lector, es cuando tienes que alzar una ceja y empezar a olerte el peligro. ¡Haznos caso, por Keanu, y no sigas!

 
Pero hay que admitirlo: el cinéfilo medio tiene un punto tremendamente masoca, ese que le lleva a enfrentarse a maratones de nueve horas en Sitges, o que le hace gozar de engendros maravillosos como buena parte de la obra de John Waters.
Y sigues mirando.

Y llega a un punto en que, finalmente, te lo ves venir. Niegas con la cabeza, pataleas ante lo inevitable, y un trocito de ti se enriquece de subito en la pantalla, a la par que te sientes fatal como pocas veces te has sentido en la vida. Y aún asi...

Quieres estar en la batalla de Bannockburn, al grito de "Wallace!", querrías alzar en hombros al caído Maximo Decimo Meridio en el Coliseo, darías tu brazo izquierdo por cargar con los ultimos samurais junto a Ken Watanabe, y entiendes en tu fuero más intimo porqué la protagonista de la história de amor más sutil contada en la pantalla grande salta al abismo en "El último mohícano", o querrías acompañar al "Gigante de Hierro" en su vuelo hacía la gloria fílmica, aunque la maravillosisima voz de Vin Diesel te dijera que no le siguieses....

     Estos tres fotogramas del Gigante de Hierro son la prueba tangible de todo lo maravilloso que hay en el cine. Y si aún no la has visto, ya tardas.


Y al final, entre lagrimas, te sientes cambiado, un poco más pequeño pero a la vez más grande....
Es entonces cuando te das cuenta, al fin, que el cine es, sobretodo, Arte.

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